Quien nos iba a decir que en cinco eternos e insoportables
meses íbamos a usar más veces la palabra mascarilla, y hasta el propio producto
(en sus abundantes variantes catalogadas por suministrador, calidad, origen,
precio, comisión pagada o proveedor desconocido designado a dedo), que en toda
nuestra vida anterior.
Hasta enero de este desgraciado año, la mascarilla no
pasaba de ser un trozo de tela o plástico utilizado en hospitales y consultas
médicas o durante detenciones y cacheos. Salvo casos excepcionales de personas que
por su profesión estuvieran acostumbradas a ella, léase pintores, exterminadores
de plagas, jardineros, dentistas, proctólogos, acupuntores, y, no vayamos a olvidarnos,
violadores, bandoleros, atracadores, terroristas, antifas, borrokas y demás
deshechos de la sociedad.
Esos que cual mortal plaga han invadido de nuevo
nuestras calles a destrozar, saquear, agredir y hasta matar sin ton ni son. Al
dictado de siniestras organizaciones internacionales que aprovechan cualquier evento,
sea grave o nimio, real o inventado, para intentar imponer sus ideas al resto
de la sociedad.
¿Miedo el coronavirus? Más miedo tendrían que darnos los
descerebrados que a toque de pito protestan por hache o por be, sin saber el porqué
ni importarles un bledo la razón, asaltan y saquean tiendas, agreden a otros ciudadanos
y, si pueden, apalean sin piedad a quien se opone a su pensamiento único. Te
apalizan en grupo, se entiende.
No les veo yo luchando de forma noble, cara a cara,
uno contra uno, y por una causa mayor. Esos son los otros, los buenos, los
médicos, los Guardias Civiles, algunos policías, los soldados, los bomberos
(menos los de la Generalitat), los misioneros, los monjes. Los nuestros. Los
que representan la bondad, la hombría y el honor.
Los que en esta nada nueva anormalidad buscada por los
totalitarios están siendo apartados, destituidos, calumniados e insultados.
Y si encima la mascarilla que te han obligado a
lucir, sucia en origen por la tardanza, la disparidad de opiniones sobre su
efectividad y las idas y venidas de los supuestos expertos, más obsesionados en
atacar al rival político que en salvar vidas, si encima de todo esto han
convertido el maldito trapo en un bozal con el que nos quieren hacer callar,
pues malditas sean las mascarillas.
En épocas gloriosas, las máscaras se utilizaban para
ocultar la identidad ante un opresor, para combatir la tiranía, como el caso de
los héroes reales o novelescos Guido Fawkes, el Zorro o el Coyote (aunque yo prefiera al Capitán
Trueno, que jamás ocultó su cara) , pero esta supuesta pandemia (aún no he llegado al punto del
negacionismo y las teorías conspiranóicas, pero dadme tiempo), lo que nos ha impuesto
es una mordaza, lo que sumado a las anteojeras que luce la mitad del país y la
venda en alta resolución que se encasqueta la misma mitad de España en cuanto
enciende la televisión y sintoniza los canales “oficiales” del Gran Hermano, que
hoy en día ya son todos, pues esclavos somos.
Lo dicho en el título: mascarillas, bozales, vendas y anteojeras.
Esclavos enmascarados que llevan varios días
sembrando el caos, la destrucción y la muerte por las calles de todo el mundo,
alentados por un poder oculto que no admite más que una única verdad, la suya,
y que derriba cualquier posible disidencia a golpe de campaña, ya sea por un falso
niño muerto varado en la playa, veinte falsos inmigrantes en busca de una generosa paga, un perro sacrificado por poder contagiar el
ébola, una exagerada emergencia climática, un aquelarre mortífero de supuestos y depravados nuevos "géneros", cuando todos sabemos que solamente existen dos sexos o por un delincuente muerto en las calles de los EE.UU. , quizás en un
caso de violencia excesiva, pero en ningún caso para ser una razón que justifique esta
reacción en cadena de las ovejas obedientes del supuesto progresismo, ese atajo
de psicópatas ateos, antihumanos, materialistas, déspotas y falsos.
Tan falsos como el número de muertos por el virus en
España, la leal defensa de la clase obrera de los golpistas dirigentes de Podemos, las
descaradas y continuas mentiras del venenoso presidente, la buena educación de Ábalos, la presencia de neuronas en la cabeza de Adri Lasta o la cabellera postiza de Iván Redondo.
Una gran impostura en la que un gobierno formado por enfermos
mentales, amiguísimos, excrementos comunistas y socios terroristas y nacionalistas,
ha aprovechado una pandemia para llevar a cabo un sucio plan de
desmantelamiento de la sociedad, de inversión de la realidad y de toma del
poder de forma rastrera.
Un gobierno al que la
mascarilla se le cayó hace tiempo. Un gobierno que sin pudor alguno nos enseña su
verdadera cara. Ya no les hace falta taparse. Lo tienen todo atado y bien. Los
tres poderes controlados, los medios subvencionados de por vida, los ciudadanos
engañados, asustados y confinados y su dulce y lujoso futuro garantizado.
Como antes hicieran sus referentes, desde Lenin hasta
el Ché, desde Castro hasta Chávez, desde Maduro hasta Evo Morales, desde Mao a
Pol Pot.
Sembrar la mentira, el odio, el mal y la muerte para instalarse en el sucio trono de la arrogancia, la mentira, la maldad y el despotismo. Por encima de miles de cadáveres. En nuestro caso, como bien ha confirmado el INE, de más de 44.000 inocentes compatriotas abandonados, sacrificados, asesinados.
No lo olvidemos jamás. Ni lo perdonemos.
Malditos.
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