jueves, 18 de junio de 2020

Madrid, siempre Madrid.


 De Madrid al cielo, y en el cielo, un agujerito para verlo.
Luis Quiñones de Benavente


En octubre de este aciago año que estamos sufriendo se cumplirán nueve años de mi llegada a Madrid, esta magnífica, acogedora, bella, tolerante, rica, variada, culta, educada y brillante urbe, aún capital del Reino de España (a ver cuánto duran lo de Reino y lo de España). Al año de plantar mis nobles posaderas en este bello centro de nuestra piel de toro, ya escribí mi primer “artículo – homenaje” de agradecimiento, y desde entonces he tenido la constante tentación de volver a dar rienda suelta a mi creatividad e insistir en la grandeza de la Villa y Corte.

Y a raíz de las últimas declaraciones de paletos, pueblerinos, rancios naZionalistas, dirigentes peperos de provincias con ínfulas de rey celta cual Breogán renacido, ignorantes rojos, sucios narcoterroristas podemitas, gordos vividores gaditanos y demás bazofia que puebla nuestra sagrada tierra, se me ha hinchado la vena.

¿Qué diantres habláis de Madrid? Eso es un tema sagrado. Agarradme el mini de güisqui, que voy.

Hablemos pues de Madriz. O de Madrit, como solemos pronunciarlo algunos oriundos del condado de Barcelona, parte del histórico Reino de Aragón. Esa bonita tierra que dejé, harto de mentiras, odios, invenciones, discriminaciones y latrocinios, y que cada vez me atrae menos. Y que cambié por una metrópoli tan famosa como desconocida, tan variada como auténtica, tan lejana del mar como cercana al corazón. Como decía acertadamente Calderón de la Barca: “Es Madrid patria de todos, pues en su mundo pequeño son hijos de igual cariño naturales y extranjeros”. Y así es. Que a nadie le quepa ninguna duda.

Madrid es patria sin imposición, hogar acogedor sin exigencias, chulería sin arrogancia, belleza sin engreimiento. Abierta a toda buena persona y cerrada a los descalificadores. Presta a ayudarte cuando es menester y a echarte a navajazos y garrotazos cuando corresponde.

Pero cuando no tienes el nivel para siquiera pisarla, cuando hablas de oídas, cuando en el timbre de tu voz resuenan envidia y rabia, cuando no la conoces y la juzgas sin "haberla" dado tiempo de desnudarse y enseñarte su dulce cuerpo y su pura alma, mejor que calles.

En fin, qué os voy a contar, amigos míos, que no sepáis ya.

Por eso rabio cual perro encerrado, cual Guardia Civil denostado, cual dirigente político ninguneado, cual periodista despedido, cual sanitario manipulado, cual ciudadano engañado; rabio y me alzo ante los insultos contra los “madrileños”. Ya tuve bastante en mi querida Barcelona aguantando odio, menosprecios, mentiras y violencia de los enfermos nazíonalistas, para tener que soportar ahora un desprecio infundado contra la buena gente de Madrid. 

Entre la que ya me incluyo con toda modestia y mucha honra.

Citando a Tirso de Molina (Sol, Gran Vía, Tribunal…): “Madrid es mi patria, corte digna de España, madre benigna del mundo”.

De Madrid al cielo.




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