En una de sus siempre constructivas
críticas a mis artículos, mi hermanito me remarcó ayer que “te
repites más que el ajo”. Sin duda tiene razón, y mi argumento de que se
trata de “mi línea editorial” solamente produjo una sonora carcajada y la
sonrisa cómplice de mi sobrino (me imagino, ya que la conversación fue por WhatsApp,
pero como si los viera a los dos, partiéndose el culo de lo pesado, monosabio y
repetitivo que es el tío Ernie, sentados cómodamente en su trono de
sabiduría y superioridad moral e intelectual. En fin, que sigo siendo la oveja
negra, tonta y limitada).
Igual tendría que tomarme este
comentario en serio y empezar a escribir sobre otros temas, aunque no sean de
actualidad, no interesen a nadie y no me preocupen lo más mínimo. Podría por
ejemplo dedicar unas líneas a la importancia de la metodología Lean Six Sigma
en la gestión de proyectos, o quizás dedicar unas líneas a comentar mis últimas
lecturas, como “Eso no estaba en mi libro de historia de la Primera República”,
de Javier Santamarta, o “Francisco de Cuéllar: Capitán de la Gran Armada”,
de Manuel Cebrián, pero no soy muy dado a comentar libros, prefiero que
cada uno elija sus lecturas y saque sus conclusiones. En cualquier caso puedo
recomendarlos, lo que hago de ambas obras desde aquí y en este momento. Quizás
sería interesante que comentara los problemas reproductivos de algún animal en
peligro de extinción, o describiera los evidentes peligros que causan las
ventosidades de las vacas al medio ambiente, pero sinceramente, no me siento
Greta Thunberg ni creo en las sandeces de supuestos expertos, que contradicen
cualquier estudio serio y carecen de la mínima base científica. O, por qué no,
podría dedicar un par de artículos a explicar como malgastar el dinero sin que
se note (y mira que mi sueldo es más que correcto) y tener que pedir ayuda
ajena por Bizum cada dos por tres, pero eso sería demasiado autobiográfico, y
tampoco tiene mucho sentido airear mis defectos. Mejor resaltar mis virtudes,
si es que las tengo, algo que muchas veces pongo en duda.
Otra opción sería dejar de
escribir y simplemente reenviar memes de otras personas, cortos, eso sí, no
vaya a ser que los 10 segundos de atención que presta la mayoría de la gente a
los mensajes y publicaciones, se esfumen y mi comentario no llegue a su destino,
caiga en saco roto y se esfume como el humo.
Pero, volviendo al ajo, que se
repite en el estómago por una reacción química de no sé que componente y que,
según dicen los expertos, se puede evitar quitando el corazón, escaldando los
ajos y no sé qué otros trucos más: a mi siempre me ha gustado que repita, y seguiré
comiendo el alioli como si no hubiera un mañana. A estas alturas ni me preocupa
que repita, ni mucho menos el mal aliento, ya que la persona que más se acerca
a mi es el presentador de cualquier programa de televisión, desde esa triste pantalla
que tengo como única compañía en esta soledad no deseada que padecemos tantos boomers
a punto de jubilarnos y, acto seguido, porque encima soy gafe y palmaré a las primeras de cambio, abandonar este
mundo en paz dejando descansar a los demás.
No hay que ser muy perspicaz
para entender que un columnista, aficionado o profesional, bueno o malo, se
dedica a retratar la realidad, a comentar las últimas noticias, que es lo que
el público demanda. Escuchando la radio, no veo que los famosos locutores de
las principales emisoras hablen de los problemas del oso polar para encontrar
pareja, ni escucho por las noches a los comentaristas deportivos alabar las
últimas jugadas de los maestros de curling nórdicos, por no hablar de los
titulares de prensa matinales, que por lo que me consta normalmente no versan sobre
las erupciones cutáneas de una tribu neozelandesa, ni sobre la profundidad necesaria
de los pozos de agua en los países del Sahel.
Lo que si veo, oigo y leo
son noticias sobre corrupción, sobre mentiras, sobre comisiones y putas,
sobre leyes injustas y asaltos al poder, sobre dictaduras encubiertas, maldades
de las mafias europeas y violaciones y asesinatos a manos de violentos
inmigrantes por toda la geografía nacional y europea. Y se repiten, hora a
hora, día a día. Como el ajo.
Viva pues el alioli. O “all
i oli”, ajiaceite, ajoaceite o ajolio. Que está de muerte.
Soy el tricornio de charol.
ResponderEliminarUn excelente artículo
Efectivamente se repite su magisterio.