Siete largos y duros siglos (casi ocho) nos costó a los sufridos y valerosos habitantes de la península ibérica, a los hispanos, ergo a los españoles, echar a los bárbaros musulmanes que nos invadieron a sangre y fuego, arrasando con todo lo que encontraron a su paso, matando, violando, robando, imponiendo su religión y su modo de vida a los reinos cristianos de nuestra piel de toro. Una lucha, una reconquista, que inició Don Pelayo en Covadonga en el año 711 y que culminaron los Reyes Católicos, que Dios les tenga en su gloria, con la conquista de Granada en 1492.
Pero no todo acabó ahí, los “moros”, por el “maurus” (oscuro) del latín, siguieron al acecho, ya no en tierra firme con sus habituales aceifas, pero si como piratas, con sus razias, capturando barcos, asaltando localidades costeras (con la traidora colaboración de moriscos, los “cristianos de nuevo moro” que se convirtieron, pero que de cristianos tenían bien poco), arrasando poblaciones poco protegidas e islas aisladas, y tomando rehenes para negociar su rescate. Más de un millón de cristianos fueron capturados y vendidos como esclavos, con la inestimable ayuda de corsarios ingleses y holandeses, conversos o no, pero siempre ávidos de las riquezas de los buques hispanos y de los ingresos por el tráfico humano. Por esa razón nació por ejemplo la orden de los Mercedarios, cuya principal ocupación era reunir dinero para rescatar a los cristianos capturados por los berberiscos. Y esto duró hasta bien entrado el siglo XIX, hasta la caída del Imperio Otomano.
Como es de entender, desde la toma de Granada, los reyes españoles, sabedores de que los moros no eran de fiar, comenzaron a fortificar las costas mediterráneas españolas, con torres de vigilancia, que jalonaron el litoral desde Alicante hasta Cádiz y Huelva. Y desde estas torres, almenaras y castillos, salía el grito tranquilizador para la inquieta e indefensa población, “no hay moros en la costa”, lo que permitía las tareas diarias de los habitantes, la pesca, el comercio, la vida en sí.
¿Y dónde estamos ahora, dos siglos después? Pues que el grito que se oye a diario en nuestras playas (aparte del éxito veraniego “Pedro Sánchez, hijo de puta”), ya sea en nuestros archipiélagos canario y balear o en las costas mediterráneas, es el intolerable y tan dañino “hay moros en la costa”. Pero con diferencias y, como no, con coincidencias, con respecto a lo sufrido durante siglos.
La diferencia: no hay torres de vigilancia y no hay reyes preocupados por el bienestar y la supervivencia de su pueblo.
La coincidencia: la traidora colaboración de los herejes del norte de Europa, de belgas, de holandeses, de ingleses, de alemanes, todos unidos en su propósito de arruinar Europa, para mayor beneficio de sus cuentas corrientes, maquinando desde Bruselas, el Mordor de nuestra era, fomentando el tráfico humano, permitiendo la invasión continuada y masiva de nuestras naciones, invocando guerras inexistentes, miserias imaginarias, hambrunas provocadas por ellos mismos y falsas crisis humanitarias diseñadas en sus bien amueblados despachos para justificar el sucio negocio pactado con los países de origen a cambio de materias primas y concesiones de explotación, y usando intermediarios bien remunerados, las sucias y malvadas ONGs y las mafias locales, para ir descargando día tras días miles de primitivos bárbaros en nuestras costas. No hay ningún interés humanitario, ni ninguna necesidad real en estos países de origen de abandonar sus tierras, lo que hay son planificaciones económicas, cálculos de perdidas y beneficios, y un interés de acabar con las naciones cristianas europeas, imponer una dictadura globalista, esclavizar a los ciudadanos europeos, reemplazarlos por los nuevos esclavos traídos del continente africano, y enriquecer a la sucia élite de Mordor / Bruselas. Lo que han hecho siempre los herejes del norte de Europa: explotar otros continentes para su propio beneficio. No han cambiado desde hace muchos siglos, y el único obstáculo para su imperio del mal, es, como ha sido siempre, el Reino de España.
Por eso somos el destino principal de su operación de invasión y sustitución, previo destrozo de nuestra economía y de nuestra sociedad.
Todo lo demás, todo lo que te cuenten en sus medios comprados, son milongas.
Hay moros en la costa y hay herejes allende los pirineos que los traen.