domingo, 24 de noviembre de 2024

Y se irán de rositas




se premia el robar y el ser sinvergüenza.
En España se premia todo lo malo.”
(Ramón del Valle-Inclán, Luces de Bohemia)

 

Últimamente vuelven a alzarse muchas voces contra el “régimen del 78”, esa pseudo democracia que nos impusieron y que por lo tanto no “nos dimos”. Por mucho referéndum y muchas mayorías que esgriman los defensores del régimen que sufrimos, cualquier análisis objetivo de lo sucedido en España desde aquel nefasto 6 de diciembre de 1978, deja bien claro que esto no es ni por asomo lo que tan felices y eufóricos nos prometíamos. Porque, recordemos, la pregunta de dicha consulta popular, «¿Aprueba el Proyecto de Constitución?», ya implicaba un marco tan amplio, un campo de juego tan ancho como largo, para que una parte de la sociedad, a la que ahora llamamos casta, se lanzara sobre el pastel y comenzara a consumirlo, poco a poco. Sin prisas pero sin pausa.

Si quisiéramos listar aquí y ahora todas las faltas y delitos, robos, secuestros, asesinatos, mentiras, corruptelas y complots urdidos y ejecutados por los respectivos partidos políticos en su alternante turno de desgobierno, nos haría falta una buena enciclopedia Salvat, de esas de lomo verde oscuro y letras doradas, tomos que decoraban en otras épocas nuestros salones, y que, válgame, Dios, hasta había gente que abría para consultar esa o aquella palabra. Una enciclopedia que hoy en día precisaría varios tomos adicionales para describir la intrínseca maldad en las taifas, digo las autonomías, esos nidos de violencia, de racismo, de clasismo y de la corrupción más sofisticada, más continuada y, oh sorpresa, la menos perseguida o penada. Algo entendible, cuando nuestro a todas luces injusto sistema electoral premia a las minorías violentas y chantajistas, ese sucio sistema de votos privilegiados que les entregó en bandeja todos los comodines para explotar al gobierno de turno con amenazas, con violencia, o simplemente con no darle sus votos para seguir gobernando. Los ya conocidos siete votos del psicópata Sánchez.

Pero lo preocupante no es esta corrupción institucionalizada, ejercida por todos los partidos que tocan poder (a VOX no le ha pasado aún; Dios quiera que continúe así), este aprovechamiento del dinero y del mal ajeno (como bien se ha visto en las recientes y criminales inundaciones en Valencia y en Castilla la Mancha), porque no tiene remedio.

Lo que verdaderamente nos tendría que despertar a todos, hasta el punto de alzarnos contra este carcomido régimen, lo intolerable y vomitivo, es que no pasa nada. Ni pasará. Nadie paga por sus delitos, por lo menos en el caso de los políticos. Algunos pocos han caído, han pisado la prisión, pero es una parte irrisoria de la masa corrupta que nos dirige. Sean del Psoe rojo o del PPsoe azul, como bien dijo Miquel Giménez recientemente, aquí ya no hay derecha ni izquierda, aquí lo que tenemos en un lado es el mal, la corrupción y la mentira, y en el otro lado la verdad, la justicia y el sentido común. Y en ese lado oscuro, siniestro, inútil y malvado están los partidos políticos, las mafias dedicadas a robar, colocar, enchufar, malgastar, destrozar todo lo que tocan, mientras que alegres y felices se dedican a la “dolce vita”, viajando, puteando, fiesteando, bebiendo, comiendo y drogándose.

¿Cuánto más aguantaremos, queridos compatriotas?

¿Qué tiene que pasar en esta antigua nación para que dejemos de lado el móvil, nos calcemos las alpargatas, cojamos un fusil (en sentido figurado), y acabemos con esta plaga de malvados, ignorantes y dementes criminales?

Escribía ayer Carmen Alvarez una preciosa columna sobre el otoño, según ella el mes del amor verdadero, a lo que yo añadiría que el amor más importante, el que engloba todo y a todos, a las parejas, a los padres, a los ancestros, a los hijos, a los compañeros, a los camaradas, a los empleados y a los superiores, al paisaje, a los monumentos, al campo sembrado y a la fábrica activa y humeante, al pescador y al obrero, al médico y al profesor, al soldado y al general, el amor que abarca todo y que solamente aspira al bien común, es el amor a la patria. A España. 

Y es por lo tanto este mes de otoño, este noviembre nacional, el que tiene que hacer brotar nuevamente ese profundo amor que España precisa en estos momentos.

Sin romanticismos y cursilerías: el amor verdadero se demuestra luchando. Por la verdad, por el pueblo, por España.

¿Dejaremos que vuelvan a librarse de sus delitos todos estos malvados criminales?

¿Seguiremos murmurando como el sepulturero en Luces de Bohemia, que “en España el mérito no se premia, se premia el robar y el ser sinvergüenza. En España se premia todo lo malo”, sin hacer nada para solucionarlo?

¿Dejaremos que se vayan de rositas?

  

martes, 5 de noviembre de 2024

La calle del olivo


Por la calle del olvido, vagan tu sombra y la mía
Cada una en una acera, por las cosas de la vida
Por la calle del olvido, donde nunca brilla el día
Condenados a una noche, tan oscura como fría.
Enrique Urquijo. Los Secretos

 

Lo que va de una letra más o menos, de olvido a olivo, cambia todo. De la tristeza del olvido del pueblo de Valencia por parte de todas las autoridades, inmersas en sus luchas competenciales y partidistas, con altos cargos y cuadros plagados de inútiles, de familiares, de seres de cuota, de vividores, al esperanzador olivo de una calle en Arganda del Rey, donde la juventud española se alzó contra la tiranía política y su tóxico bipartidismo y contra la tiranía mediática del todopoderoso tirano Sánchez Castejón.

Después de una semana de la llegada de la gota fría a Valencia, nada ha cambiado. Los políticos negociando y mintiendo, los militares wokizados diciendo sandeces, y el pueblo sufriendo su atroz abandono. Siguen en el olvido, siete días después.

Mientras tanto, en un polígono industrial de Arganda del Rey, en la calle del Olivo número 28, la juventud de VOX y de otras asociaciones, convocada por redes sociales, por conocidos tuiteros, por gente anónima, `por patriotas, en resumen, se congregó de forma masiva, aportando material y esfuerzo, simplemente por solidaridad, por amor al prójimo, por bondad. Por ser españoles de corazón.

Podría alargarme ahora y maldecir a las ONGs, a RTVE, a los mentirosos de turno, a la inmensa familia Adula (segundo apellido de todos los supuestos periodistas de los medios financiados desde la Moncloaca), pero no vale la pena.

Esto no es más que un sentido y agradecido homenaje a esta juventud española de la calle del Olivo, que nos hace soñar que no todo está perdido y que España permanecerá.

Lo que va del olvido al olivo. Del mal al bien.

Del mezquino y egoísta olvido de la chusma siniestra y sucia, al olivo de paz y prosperidad, de la resurrección y la esperanza de la noble y bella juventud española.


Muchas gracias, compatriotas.

 

Por la calle del olivo, van los jóvenes unidos
Con las palas en la mano, con su esfuerzo y su estilo
Por la calle del olivo, donde encuentran su destino
Los jóvenes de una España, que despierta con orgullo.
Ernesto.