jueves, 20 de enero de 2022

El Cabo de Creus


Este pequeño artículo tendría que titularse “Cabo de Cruces”, para ser correcto y consecuente con mis usuales y furibundas críticas a los iletrados que utilizan los endónimos cuando hablan en un idioma que posee un exónimo, léase decir Girona cuando en español se llama Gerona o Aachen cuando en español la ciudad carolingia se llama Aquisgrán; pero desvirtuaría mis recuerdos de infancia y con ello todo este comentario (y eso que la ONU, esa zarpa del NOM que se mete en todo y quiere esclavizarnos sometiéndonos su maligno globalismo, hace tiempo recomendó no traducir los endónimos). Ellos sabrán el porqué. ¿De ahí lo de Beijing o lo de Myanmar por Pekín y Birmania? Ni idea. Tampoco me desvela, por cierto.

Quede pues así: hablemos del Cabo de Creus.


El Cabo de Creus, aparte de ser “el punto más oriental de la península ibérica, situado al norte del golfo de Rosas”, era una librería, papelería y quiosco de prensa situada en la confluencia de la Avenida de Sarriá con la calle Loreto de la Ciudad Condal, Barcelona. Ocupaba el local esquinero del edificio construido en 1961 por la Caja de Ahorros de Barcelona, que se extiende desde el número 28, esquina Infanta Carlota, hasta el 38, número de dicha librería en la esquina con Loreto y también de mi casa familiar desde 1962, año arriba año abajo, hasta 1992.

Por curiosidad me asomo al nomenclátor de mi ciudad natal para averiguar un poco más sobre el origen del nombre de ambas calles:

Calle Loreto: En esta calle estaba situado antiguamente el colegio de las monjas de Loreto de la Congregación de la Sagrada Familia de Burdeos, para chicas, establecido en 1863. Loreto es una ciudad de las Marcas (Ancona), Italia, centro de peregrinajes marianos”

Y la Avenida de Sarriá, denominada así desde 1961, “conduce al antiguo municipio de Sarrià, anexado a la ciudad en 1921”. Y durante muchos años llamada “Carretera” de Sarriá. Aún hoy en día los mayores suelen usar esta denominación.

Sorprende mucho que la calle Loreto ya existiera en 1942 y el colegio desde 1863…tema más que interesante para investigar un poco, más aún teniendo en cuenta los desmanes anticatólicos de los años previos sufridos por la gente creyente en Barcelona.

Y como en España somos muy de patrones protectores, pero en cambio protestamos cualquier acto de un patrón empleador, pues la empresa que gestionaba el canódromo existente en la esquina de enfrente (el mítico pero desconocido Canódromo Loreto) se encomendó a Santa María de Loreto. El vicio de la ludopatía (y sus ingentes beneficios) encomendado a la Virgen. Esa confusa doble moral que aún pervive por estos lares, como los viciosos puteros con inmensos crucifijos adornando su velloso pecho (Ábalos style), los padres de familia que justifican sus noches con travestis con un “pero los domingos voy a misa con mi familia” (frase verídica de un conocido que sin duda algún lector recordará) o los enfervorecidos y beodos rocieros (una minoría, que no se me alteren sus señorías) saltando una valla para llegar a la Virgen.

Estamos situados pues en el Cabo de Creus, con Loreto al Norte, Sarriá al oeste, Loreto Plus al sur y el centro de la ciudad al este. Lo de Loreto plus es por una frase inolvidable de mi padre, que rezaba: “Loreto, la mejor calle de Barcelona: 1 cine, 3 restaurantes de lujo, 2 peluquerías, un hotel y dos barras americanas”. Ahí cada cual con sus preferencias vitales. Y bien pensado, a la mayoría tampoco le haríamos ascos.

Desde este punto estratégico partían pues mis pasos cada mañana: si era domingo, me tocaba bajar a comprar el Alcázar e ir a por un Montecristo (del 4) al Can Fayos o al Sandor. Siempre y cuando la noche antes el azar no bendijera a mi padre en alguna lujosa timba (el Círculo Ecuestre, el Tiro Pichón, la Hermandad de Alféreces Provisionales…) de la “gente de orden” con un rojo, par y pasa, y sobrados de dinero (temporalmente), nos fuéramos a comer al Tritón, el propio Can Fayos, el Cinco Villas o la Manigua. Este último restaurante por cierto era uno de los preferidos de la familia si jugaba nuestro querido RCD Español en Sarriá. En los años 70, eso sí. A partir de ahí llegó el declive y la desaparición de todo el entorno del mítico restaurante, sobreviviendo solamente la antigua sala de fiestas y en esa época ya lúgubre bareto colindante, el “Flores de Mayo”, local que para muchos de nosotros fue cuartel general, academia, confesionario, hospital y refugio durante varios años. Un cuartel general y un equipo de fútbol, el Real Club Deportivo Español, del que todo la familia, o casi toda, éramos y somos fervientes seguidores. Y de casta le viene al galgo: como nos contaba mi abuelo, nuestro bisabuelo fue durante años el masovero de la Masía de Can Rabia, antes de que su terreno diera paso a nuestro añorado campo gracias a la familia de la Riva.

En laborable, soplando vientos de levante, mis pasos se encaminaban hacia el oeste, al Colegio Alemán de Esplugas hasta1981 y posteriormente al Abat Oliva de Pedralbes y la Facultad de Derecho de la Diagonal; a Esplugas nos llevaban por turnos las madres alemanas del barrio, que eran varias (hasta el punto de que los hijos teníamos nuestro equipo de fútbol que jugaba en el pequeño campo del centro del Turó Park. Y que, como se entiende, se llamaba “Blau-Weiss”, blanquiazul en germano). Ejercían pues nuestras madres con toda naturaleza lo del car-sharing pero versión años setenta. Tampoco es que hayan inventado nada nuevo en estos últimos 40 años: como el sundrying, léase tender la ropa al sol, o el tan novedoso y ridículo trash cooking que se han sacado de la manga últimamente. Que no es nada más que aprovechar los restos de comidas anteriores. Vamos, como los canalones por San Esteban. ¡Gilipollas! Y atentos, que nuestro ninistro de consumo, el lerdo comunista de salón Garzón, ahora ha empezado a promocionar las fiambreras, los táper. Nunca en la historia hemos tenido a tal lumbreras intentando regir nuestras vidas y decidiendo lo que es bueno y lo que no para nuestra salud, el clima, el bienestar de los animales y la vida en general. Por un módico sueldo de 75.000€, eso sí. Que su esfuerzo, su iniciativa y su genialidad tienen que recompensarse debidamente.

En el Cabo de Creus esperábamos a mi padre a que saliera con el coche del parquin de Infanta Carlota, justo delante del monumento a José Antonio Primo de Rivera, erigido en 1964 por suscripción popular (es un decir), y derruido en el 2006. Destrucción que se llevó a cabo invocando la Ley de Memoria Histórica, y que tuvo la repuesta de algunos valientes que se enfrentaron a las grúas y sus operarios, hasta que la policía disolvió la pequeña resistencia a su manera habitual, es decir, a porrazos. Lo gracioso es que se derribó el monumento, se eliminó el estanque…, pero se mantuvieron (y creo que siguen ahí) las farolas que alumbraron el entorno en su inauguración y durante los siguientes 42 años. Farolas que por cierto no son las clásicas del barrio, ya que fueron “requisadas” unos días antes de alguna calle de la Zona Franca, a fin de darle más brillo al evento. Lo sé de muy buena tinta: mi padre obtuvo la subcontrata para el desmontaje y montaje de dichas luminarias, y dirigió la operación, que se realizó con nocturnidad, pero sin alevosía, para evitar quejas de vecinos o críticas infundadas (o fundadas, depende como lo mires).

El Cabo de Creus, faro de mi vida y de tantos y tantos recuerdos que darían para todo un libro. Las tardes subiendo al Pippermint, al Up&Down, al bar Tomás en mayor de Sarriá, al Barbero de Mandri, el paseo casi diario hasta el campo de Sarriá, tema que daría para una pequeña enciclopedia, las misas en la parroquia alemana de la calle Porvenir o en la iglesia redonda (San Gregorio Taumaturgo), los pollos al ast del Kikiriki, el vil asesinato de Frédéric Roquier, qepd, a escasos metros del Cabo, el Corrientes 348 con sus provoletas y su chimichurri, la casa del estimado y añorado Miguelón. En fin, toda una vida.

 Continuará. O no. Nunca se sabe.



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